VI Domingo de PASCUA – mayo 6 de 2018
Cornelio, centurión romano, recibe a Pedro en su casa |
La salvación es concreta y para todos
Temas: La revelación de Dios
a todos los pueblos; la apertura de la Iglesia naciente a los provenientes del
mundo gentil; la alegría de acoger la salvación en forma concreta.
Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48. El capítulo 10 presenta a Simón Pedro en casa
de un gentil, un centurión romano, en Cesarea. Vv. 24-25 son el momento de la
llegada de Pedro a la casa del centurión Cornelio, quien lo recibe con gestos
de gran acogida y Pedro por su parte le hace ver que en condición humana son
iguales. Vv. 34-35, después que Pedro ha escuchado el relato del Centurión, y
la razón por la que lo ha mandado llamar, el príncipe de los apóstoles hace su
discernimiento y expresa que “Dios no hace acepción de personas” por
condiciones de raza o nación, Dios se fija en el “temor y la práctica de la
justicia”, quien las viva le es grato. Los vv. 44-48 es el pentecostés de los
gentiles, que es muy semejante al pentecostés de los apóstoles, “cayó sobre
ellos el Espíritu, les oían hablar en lenguas y alabar a Dios”, Pedro afirma la
semejanza del acontecimiento: “han recibido el Espíritu Santo como nosotros”;
estos versículos no solo son el pentecostés de los gentiles sino también el don
de la gracia del bautismo.
En este capítulo 10 se da un movimiento
de recepción. Cornelio ha preparado la recepción de Dios con su vida, es un
hombre “piadoso y temeroso de Dios… daba muchas limosnas y oraba continuamente”
(v.2), sus oraciones y limosnas fueron bien recibidas en la presencia de Dios
(v.4), recibió con respeto y honor a Simón Pedro (v.25), y finalmente, esta
comunidad allí reunida, Pedro y los que habían venido con él (v. 45) junto con
Cornelio, sus parientes y amigos íntimos (v.24) recibió el Espíritu Santo que
cayó sobre ellos. Todo este acontecimiento produce el discernimiento y la
recepción en la Iglesia de esta familia y sus amigos cercanos provenientes del
mundo gentil.
En el contexto de las lecturas
de la eucaristía, esta apertura universal que reconoce que Dios no hace
distinciones entre razas encuentra una respuesta que se hace oración con el salmo 98 (97). Un canto nuevo por la
victoria de Dios que “revela a las
naciones su justicia”, lo que equivale a decir que se da a conocer a todos,
así los “confines de la tierra han
contemplado la victoria de Dios”. El salmo es un llamado a la tierra entera
a “aclamar, gritar, tocar y vitorear a
Dios”, los motivos son claros: la revelación universal.
1 Jn 4, 7-10 Esta carta invita a vivir como hijos de Dios, realidad
que encuentra sus fuentes en el amor y la fe. En los vv. 7-8 después del
mandato de “amémonos los unos a los otros”, dejan en claro el origen del amor,
es de Dios porque Dios es amor, y desarrolla los efectos de este amor en el ser
humano de acuerdo a su respuesta, quien ama nace y conoce a Dios. La revelación
exige ser acogida con una respuesta amorosa que le permite conocer a Dios
gracias a su relación personal, pues nace de Dios, es decir se acepta como Padre;
quien no ama sencillamente no conoce a Dios.
El versículo 9 desarrolla el
primer argumento, la forma como se manifiesta el amor de Dios, este se
hace visible en el “envío al mundo de su único Hijo”, es decir todo el
acontecimiento de la persona de Jesús es manifestación del amor de Dios y tiene
el objetivo de producir la vida por medio de Él.
El versículo 10 desarrolla el
segundo argumento, en que consiste el amor. El amor no es un sentimiento
que va del hombre hacia Dios, sino que primariamente consiste en el amor que
Dios nos ha tenido, Él nos amó por primero y ese amor no es solo sentimiento
sino ante todo obra concreta que se verifica en el envío de su Hijo para borrar
nuestros pecados, ser “victima de propiciación”. El amor consiste en un movimiento
real que nos reconcilia y nos hace capaces de recibir ese mismo amor.
Jn 15, 9-17. Sección que sigue al texto de la vid verdadera, y
sobre el cual encaja la comprensión del permanecer. El v. 9 presenta la
premisa: el amor que Jesús nos tiene es imagen del amor que el Padre le ha manifestado
a Él, por eso pide: “permaneced en mi
amor”. Este permanecer no es una situación sentimental, sino que debe realizarse
en las obras, así como el Padre nos ha manifestado el amor en forma concreta;
se permanece en el amor guardando los mandamientos (v.10), viviendo el gozo de
ser seguidores de Jesús (v. 11), aceptando y viviendo su mandamiento, “ámense los unos a los toros como yo los he
amado”, experimentando la verdadera amistad con Jesús, es decir mantener
una relación de profunda amistad reconociendo que es fruto de su amor,
aceptando su libre elección pues él nos eligió. Su mandato no es duro sino que
es el camino de la verdadera felicidad.
La alegría de acoger la salvación
en forma concreta
La salvación es ofrecida a
toda la humanidad, Jesús es el enviado de Dios que llega toda la humanidad, y
pide una respuesta concreta no desde el conocimiento meramente intelectual sino
por las vías del amor. Quien se abre al amor nace y conoce a Dios, como
aconteció con Cornelio, por tanto la respuesta del hombre se hace obra
concreta: oraciones asiduas, limosnas, vivencia de una amistad íntima con Jesús,
aceptación de los sacramentos, aceptación de la autoridad eclesial, todo esto
no por cumplimiento legal sino fruto del amor que se vive. La comunidad que ha
conocido a Jesús es una comunidad marcada por el amor.
El amor que acepta la
salvación de forma concreta se hace misión concreta, como Cornelio, que vive su
experiencia de fe pero una vez que tiene la oportunidad de recibir en su casa a
uno de los apóstoles lo hace con gran aprecio y reúne “amistades” y familiares para
que conozcan este estilo de vida. Que gran bendición recibir en nuestras casas
hoy a los sucesores de los apóstoles, a los sacerdotes y misioneros, ciertamente
como dice Pedro, son hombres, pero ellos nos hablan de Dios, nos comunican la presencia
viva de Dios y lo hacen presente de manera concreta en las acciones de la
Iglesia. Ojalá cada cristiano de hoy fuera como Cornelio que envía emisarios
para invitar a Pedro a su casa, hoy cada católico debería invitar a su párroco para
que les hable de Jesús a la familia y amigos, y de paso bendiga el hogar.
El cristiano católico, hoy, no
puede permanecer indiferente frente a los demás, tenemos la misión de ayudarlos
a conocer a Jesús, conquistarlos para Jesús, atraerlos a la fe, que descubran
el gozo y amor de reconocer a Dios que se nos revela en Jesús de Nazaret. Me gustaría
terminar diciendo que los reto a que inviten a su hogar al sacerdote y les
regale la bendición y verán las maravillas que hace el Señor, será como lo decíamos
al salmo, motivos para “aclamar, gritar,
tocar y vitorear a Dios”. Bendiciones.
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