IV Domingo del Tiempo Ordinario (enero 28 de 2018)
¡Ojalá escuchéis la voz del Señor!
Temas: Escuchar la voz de Dios, pasar del oír al creer,
Jesús el Profeta prometido y esperado.
Deuteronomio 18, 15-20. Estamos en el corazón del libro del
Deuteronomio, en el llamado Código
Deuteronomista (Dt 12,1 – 26,15), sin un claro orden reúne varias
colecciones de leyes; en el fondo se reconoce el núcleo de la ley hallada en el
Templo en tiempos del rey Josías (cf. 2R 22,8 ss).
El capítulo 18 habla del
sacerdocio y el profetismo, dos instituciones claves del antiguo Israel. El
texto presenta la promesa de Dios de darle al pueblo un profeta como Moisés;
esperanza que caló en la conciencia y esperanza de las comunidades. A Juan el
Bautista le preguntaron si él era el profeta, ¿eres tú el profeta?; pregunta sencilla, sin más rasgos, pues todos
sabían que se refería al profeta prometido por Dios y con semblanza de Moisés. Por
esto la comunidad cristiana no dudo en subrayar el paralelismo entre Jesús y
Moisés.
Se trata de un profeta de
medio de la comunidad, entre tus hermanos, que tendrá en su boca la palabra de
Dios, y a quien habrá que escuchar. Rasgos innegablemente presentes en Jesús,
Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, quien nos comunica la Palabra de Dios,
y a quien Dios mismo presenta, en la trasfiguración, como su Hijo amado a quien
hay que escuchar, “este es mi Hijo amado,
en quien tengo mi complacencia, ¡escuchadle!” (Mt 17,5)
Salmo 95 (94) hermoso himno que recuerda que Dios es la salvación,
Él es el creador, ante quien el hombre da una respuesta, que puede ser positiva
o negativa. De una parte, aclamarlo, darle gracias, postrarse y bendecirlo… o
la otra alternativa, endurecer el corazón, tentar al Señor, y vivir una “cerrazón”
a su Palabra. Oír o ser sordo.
Pablo en 1 Co 7, 32-35 tiene de trasfondo un interrogante que exige
respuestas, lo podríamos plantear en estos términos, ¿Qué debe preocuparnos
verdaderamente? Pablo propone vivir la libertad de consagrarse al servicio del
Señor como una causa noble, digna, que lleva a vivir un trato amoroso y sin
preocupaciones con el Señor. Es un grito a no cerrar el corazón a la voz del
Señor que llama a la unidad y consagración con él como servicio amoroso.
Mc 1, 21-28 Una jornada en Cafarnaúm (1, 21-38); tenemos las
primeras acciones en esta “ciudad”: La enseñanza (vv. 21-22), en el lugar
propio para ello, la Sinagoga, su método con autoridad, y la reacción de los
oyentes que quedan asombrados. En los versículos del 23 al 28 tenemos la obra,
el poder liberador, que certifica la enseñanza aún más en su autoridad. Es de
notar la contraposición entre la comunidad que se pregunta ¿Qué es esto? y el saber del espíritu inmundo “sé quién eres, el Santo de Dios”.
Estas acciones: Enseñanza y
Obra permiten, que Jesús sea presentado en boca de los oyentes como si se
tratará de un gran titular de prensa: “¡Una
doctrina nueva expuesta con autoridad!”.
¿Qué debe preocuparnos
verdaderamente?
El hombre en el ajetreo del
mundo vive preocupado por miles de cosas, pero en el fondo lo único que le debe
preocupar en medio de sus ocupaciones es vivir consagrado para el Señor. Lo demás
pasa, tomémonos el tiempo de pensar en lo más valioso y ver que hasta eso pasa
y solo nos queda haber disfrutado y vivido para el Señor.
¿Cómo vivir consagrados para
el Señor? Todo inicia en saber escuchar su voz, pues no es suficiente con oír,
hay que llegar al creer; notemos que en el evangelio, en la Sinagoga, lugar
sagrado, allí en medio hay un hombre con espíritu inmundo. No es suficiente con
decir yo cada año voy a recibir la Ceniza y a misa cuando puedo; no hay que
despreciar el lugar sagrado, hoy nuestros templos, pero ellos no lo son todo…
hay que ir más allá.
¿La preocupación verdadera,
será saber mucho de Jesús? La verdad les
digo que saber sin vivir de nada sirve. ¡Lo importante no es saber, es vivir! El
espíritu inmundo sabe quién es Jesús, lo reconoce como el “Santo de Dios”, la
diferencia entre ese tipo de espíritus y los creyentes está que el hombre sabe,
reconoce, cree, acepta y vive su consagración libremente en el Señor Jesús. no
es suficiente con saber, hasta aquí estaríamos en el nivel de “espíritus
inmundos”, hay que aceptar a Jesús de manera personal, opción de amor consiente
y libre, algo así como saber + vivir para estar en el nivel de: “creyentes del
Señor”.
¡Preocúpate
de vivir para el Señor!
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