XVIII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – Agosto 5 de 2018


La mano de Dios…


Temas: Reconocer la providencia de Dios; aprender a leer y ver la mano prodigiosa de Dios en los acontecimientos de la historia. Reconocer la pedagogía de Dios que manifiesta su providencia a lo largo de la historia y sigue haciéndolo con el alimento espiritual en la Sagrada Eucaristía. Hacer un llamado a la fidelidad de la Misa dominical y no caer en la murmuración como el pueblo en el desierto. ¡Ningún domingo sin el alimento espiritual, siempre ir a la Eucaristía!

Ex 16, 2-4. 12-15. El contexto es la realidad del pueblo después de haber salido de Egipto, su marcha por el desierto soportando las inclemencias de esa realidad, por lo que se consolida la murmuración (vv. 2-3), a la comunidad le parece mejor la realidad de esclavitud que vivían en el país que han abandonado, pues allí tenían que comer, y en cambio el desierto se abre como un panorama de muerte por hambre y sed. La respuesta de Dios (Yahvé) no se hace esperar (vv. 4. 12-15), Dios les dará “pan del cielo”, se saciarán de carne y pan. Dios es el Dios que alimenta a su pueblo. Este hecho milagroso evidencia la providencia especial de Dios.

Sal 78 (77) Este salmo canta las lecciones de la historia de Israel viendo en cada acontecimiento la acción divina. Los versículos que se proclaman hoy ilustran la providencia de Dios, que se concretiza en el alimento del Maná y las codornices. Las acciones de Dios, la mirada al pasado, es motivo de narración, de transmisión (vv. 3-4); Él ha dado provisiones en abundancia (vv. 23-25).

Ef 4, 17. 20-24. El apóstol Pablo hace un paralelo entre vivir con Cristo y sin Él. Vivir sin Cristo es tener una vida de paganos, de gentiles, una existencia marcada por el hombre viejo que se deja llevar por deseos rastreros; la Vida con Jesucristo está marcada por haber oído hablar de Él, haber aceptado su enseñanza conforme a la verdad, hombres renovados que se manifiesta en una vida justa y santa.

Jn 6, 24-35. Leyendo en continuidad el capítulo 6, una vez acontecido el “Signo” de la multiplicación de los panes y los peces (Jn 6, 1-15) donde por ser signo se nos pide interiorizar el acontecimiento y descubrir su significado profundo, aparece luego la comunidad que busca a Jesús y el diálogo que este encuentro suscita.

Vv 22-25 nos ubica en el marco de la escena, la comunidad busca a Jesús hasta encontrarlo. Ellos lo reconocen como “Rabbí” es decir “maestro, ser grande”. vv. 25-35 la primera parte del largo diálogo – discurso que se desarrollará teniendo como trasfondo el “signo” de la multiplicación, el haber sido alimentados por Jesús. Jesús invita a profundizar la razón por la cual se le busca, no son suficientes los intereses muy personales, es necesario buscarlo por su identidad, por lo que Él es. Él es el Hijo del hombre, es el que el Padre ha marcado con su sello. Una cosa es buscarlo porque es solucionador de problemas y otra muy distinta porque es el Hijo de Dios, Dios en persona, Él es la mano de Dios.
La comunidad se interroga ¿qué hay que hacer? La respuesta de Jesús es sencilla y exigente. No hay que realizar nada de cosas raras, todo lo que hay que hacer es “creer en el que Dios ha enviado”, parece sencillo pero no lo es. Ahora el pueblo pide signos – milagros – prodigios que certifiquen que él es el enviado. Hoy también muchos quieren que Dios les obedezca y haga lo que ellos digan para poder creer.

Ellos han pedido un signo que supere el milagro del Maná. Jesús les hace ver que ese signo no fue más que anuncio de algo más grande, porque Él es el Hijo enviado por el Padre, Él es el pan bajado del cielo. Se hace necesaria una aceptación personal, “El que venga a mí no tendrá hambre, el que crea en mí no tendrá sed”, aceptación que por sus cualidades se hace fe.

La mano de Dios…

¡Que distinto es todo con la mano de Dios! Sin la mano de Dios la historia del hombre es esclavitud, apego rastrero a lo que se tiene y un miedo inmenso a abandonar lo poco por lanzarse en la búsqueda de la plenitud, aunque esta aparezca como incierta en el camino a recorrer. La mano de Dios saca de la esclavitud y hace hijos libres, los acompaña en su éxodo por el desierto del mundo y en las realidades concretas manifiesta su providencia divina que no se detiene ante obstáculos sino que cada día se manifiesta con mayor generosidad.

La mano de Dios no solo marca el acontecer de la historia o la marcha comunitaria del pueblo de Dios, sino que ella con su poder cambia la experiencia personal, hay un paso del hombre viejo al hombre nuevo. En esta experiencia de cambio o trasformación personal, comunitario, social… etc. Juega un papel importante el conocimiento y aceptación de la persona de JESÚS, esta es la forma de percibir la mano de Dios en este tiempo de la historia, mano que se alarga y nos sigue llegando en la carne y sangre reales de Jesús de Nazaret en la realidad del Sacramento Eucarístico.

Jesús es el alimento espiritual en esta travesía por las difíciles realidades del desierto de la vivencia de cada persona. Nadie debe alejarse o murmurar de este alimento que Dios nos brinda, el cristiano católico que ha conocido a Cristo y ha leído la Sagrada Escritura, por ejemplo el capítulo 6 de Juan, comprende que en su meta de vida cristiana conformada a la verdad y en búsqueda de la santidad uno de sus lemas debe ser ¡Nunca un domingo sin Eucaristía! hay que desearla, buscarla, amarla y comerla.

Ayer como hoy resulta para el hombre mucho más fácil hacer cosas y creer que se las gana, que son un derecho; es más difícil aceptar y creer sin más, agradecer y punto. Aceptar a Jesús por su identidad y no por lo que pueda hacer. Creer en Él de esta manera no es desconocer su poder sino dejarlo ser lo que es. Yo lo amo porque es el Hijo de Dios, haga o no haga lo que yo deseo.
Padre Jorge Bus-Mora. 


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