Heridos por la Palabra
El servicio de la predicación
en la celebración litúrgica es una gran responsabilidad, en ella trasmitimos el
mensaje que construye Iglesia y sociedad. Ninguna organización, ni nacional y
menos internacional, se da el lujo de tener a sus seguidores en asamblea cada
ocho días. Nosotros en la Iglesia Católica contamos con esta presencia, que debemos
aprovechar al máximo, asumiendo con responsabilidad la preparación de la
homilía.
Este tema ha sido un eje en el
Magisterio del Papa Francisco. No es para menos, él reconoce la importancia que
juega una buena homilía en la construcción de un estilo de vida verdaderamente
cristiano. En la Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium, el Papa “indica caminos para
la marcha de la Iglesia en los próximos años” (EG1) y dice expresamente que
decidió detenerse largamente en algunos temas. De los siete mencionados, el cuarto es “La
homilía y su preparación” (Cf. EG 17), que desarrolla en el capítulo tercero:
El Anuncio del Evangelio, dedicando a ella los numerales 135 – 159. Invitamos a
cada sacerdote a volver una y otra vez a estas enseñanzas del Magisterio para
comprender mejor y asumir la preparación y ejecución de la homilía. Recordemos
el #145 de la E.G.
La
preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene
dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad
pastoral. Con mucho cariño quiero detenerme a proponer un camino de preparación
de la homilía. Son indicaciones que para algunos podrán parecer obvias, pero
considero conveniente sugerirlas para recordar la necesidad de dedicar un
tiempo de calidad a este precioso ministerio. Algunos párrocos suelen plantear
que esto no es posible debido a la multitud de tareas que deben realizar; sin
embargo, me atrevo a pedir que todas las semanas se dedique a esta tarea un
tiempo personal y comunitario suficientemente prolongado, aunque deba darse
menos tiempo a otras tareas también importantes. La confianza en el Espíritu
Santo que actúa en la predicación no es meramente pasiva, sino activa y
creativa. Implica ofrecerse como instrumento (cf. Rm12, 1), con todas las
propias capacidades, para que puedan ser utilizadas por Dios. Un predicador que
no se prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable con los dones
que ha recibido.
La responsabilidad de la
evangelización cae sobre nuestros hombros y no podemos escudarnos en beber de
fuentes secundarias. El sacerdote ha recibido una formación
profunda que lo capacita para entrar en relación con la Palabra y desde ella
proponer caminos de madurez espiritual.
Este BLOG es un instrumento de ayuda al encuentro personal con la Palabra, para que
cada sacerdote haga el ejercicio de ir a las fuentes y preparar mejor su
ministerio de la predicación. Creo que es una herramienta,
adecuada, en la cual los seminaristas pueden beber tranquilamente e ir
aprendiendo este alto ministerio a lo largo de su formación y aprendizaje
pastoral. Esto ayudará a centrar la predicación en la Palabra de Dios.
Las reflexiones que en este blog presentaré, no son suficientes para lograr el objetivo de una buena homilía, hace
falta el encuentro vivo con la Palabra. Es nuestro interés motivar y animar a este
encuentro vivencial con la Palabra, para poderla personalizar y transmitir al
pueblo de Dios. Es necesario vivir un
encuentro personal con la Palabra de Dios, dejar que ella hiera el corazón del predicador para que pueda predicar con fruto
lo que Dios quiere y no sus propias opiniones; ni siquiera convicciones porque
las convicciones de un consagrado tienen que ser las de Dios. “El predicador « debe ser el primero en
tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta
conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita
acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a
fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad
nueva” (EG 149)
Son duras las palabras del
Papa Francisco, pero ellas muestran la exigencia y seriedad de este ministerio:
“Quien quiera predicar, primero debe estar
dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia
concreta [..], antes de preparar concretamente lo que uno va a decir en la
predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a
los demás,” (EG 150) “si no deja que
toque su propia vida, que le reclame, que lo exhorte, que lo movilice, si no
dedica un tiempo para orar con esa Palabra, entonces sí será un falso profeta,
un estafador o un charlatán vacío” (EG 151).
Con amor nos dirigimos a cada
uno de nuestros hermanos sacerdotes, diáconos y seminaristas, y los invitamos a
tomar en serio esta misión. En repetidas ocasiones el Magisterio Pontificio nos
ha pedido dar lugar y tiempo a la Lectio
Divina como herramienta que ayuda a preparar la predicación. Ella nos
permite vivir este tiempo prolongado y de calidad que garantiza el estudio, la oración,
la reflexión y la creatividad pastoral.
El Papa Francisco, nos dice: “Hay una forma concreta de escuchar lo que
el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el
Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina» (EG 152), Él la explica acercándola
a la vida, en los numerales 152-153 de la Exhortación Evangelii Gaudium.
El Papa Benedicto XVI en la
Exhortación Verbum Domini precisa: “En los documentos que han preparado y
acompañado el Sínodo, se ha hablado de muchos métodos para acercarse a las
Sagradas Escrituras con fruto y en la fe. Sin embargo, se ha prestado una mayor
atención a la lectio divina, que es verdaderamente «capaz de abrir al fiel no
sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con
Cristo, Palabra divina y viviente» (VD 87) y en este mismo numeral el Papa
hace una breve presentación de los pasos fundamentales de este método.
La Lectio Divina es ampliamente conocida. Muchos sacerdotes hacen uso
de ella en su vida espiritual y como preparación a la homilía; sin embargo es
necesario integrarla más en este ministerio. Es importante retomar y conocer
cuidadosamente sus pasos y saberlos aplicar, para no llamar “lectio divina” a lo que no lo es. Es
necesario un cambio de mentalidad y de método, no sólo de rótulo.
Los aportes de este espacio son fruto de la aplicación concreta de la lectio divina, pero estos
aportes no son insuficientes si el predicador concreto no se toma el trabajo de
aplicar igualmente este método para concretizar aquello que debe decirle a su
propia comunidad. Es urgente crear el hábito de practicar la lectio divina y encontrar en ella los frutos para la homilía.
La lectio divina, tiempo de calidad con la Palabra de Dios, herirá
nuestros corazones y con ella podremos herir a los demás. Tendremos una Iglesia
más centrada en la Palabra de Dios, le apuntaremos a un despertar espiritual
que nos obtendrá un germinar de carismas y servicios que enriquecerán nuestra
Iglesia. Como lo dice el Papa, “La
evangelización también busca el crecimiento, que implica tomarse muy en serio a
cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella” (EG 160).
Recordemos las palabras del
Santo Padre Benedicto XVI al congreso internacional en el XL aniversario de la
constitución conciliar Dei Verbum: “quisiera recordar y recomendar sobre todo
la antigua tradición de la Lectio divina: la lectura asidua de la sagrada
Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que,
leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada
apertura del corazón (cf. Dei Verbum, 25). Estoy convencido de que, si esta
práctica se promueve eficazmente, producirá en la Iglesia una nueva primavera
espiritual. Por eso, es preciso impulsar ulteriormente, como elemento
fundamental de la pastoral bíblica, la Lectio divina, también mediante la
utilización de métodos nuevos, adecuados a nuestro tiempo y ponderados
atentamente. Jamás se debe olvidar que la palabra de Dios es lámpara para
nuestros pasos y luz en nuestro sendero (cf. Sal 119, 105)”.
El Papa Francisco insiste en
la necesidad de momentos de calidad, apartar un tiempo que sea central y
prioritario en nuestra vida cristiana para dejarnos “herir por la Palabra”, tiempo
para realizar la lectio divina individualmente
o de manera comunitaria, con algunos miembros de la realidad eclesial en las
que nos movemos.
La homilía del domingo, día
del Señor, con la presencia de la Asamblea cristiana que busca el alimento,
debe ser de una alta calidad, ello exige una excelente preparación. Se puede
hacer una profundización progresiva de las lecturas dominicales; por ejemplo
cada día de lunes a jueves después de orar las Laudes se puede retomar una
lectura y durante el día “rumiarla” de manera que ella hiera nuestro corazón;
lunes la primera lectura, martes el Salmo, miércoles segunda lectura, jueves el
Evangelio y el viernes realizar el tiempo de calidad para concretar la homilía.
Esta sugerencia u otras formas de preparación que cada uno implementa nos
ayudarán a superar las dificultades que los fieles manifiestan de homilías
“aburridas”, “sancochos o colchas” que contienen de todo, homilías sin
contenido, que los impulsa, muchas veces, a buscar mejor alimento en otras
realidades eclesiales.
El sacerdote es un hombre
preparado, que bebiendo de la Palabra, debe dar alimento a sus fieles, no es
posible que un fiel considere que le pueden hablar mejor de la Palabra de Dios
en “otro lado”, estas alarmas nos deben despertar y hacer reflexionar, ¿Qué
está pasando? Es hora de retomar el timón y ser administradores fieles y
prudentes, que el Señor ha puesto al frente de su Iglesia para darle a su
tiempo y de manera adecuada la ración conveniente a cada creyente (Cf Lc 12,
41-42). ¡No nos dejemos robar la predicación!
Comentarios
Publicar un comentario